Comentario
De entre los herederos de Stalin, probablemente no hay personalidad más interesante, colorista y, al mismo tiempo, ambivalente que Kruschev. Parecía, como persona, la antítesis misma del dictador o, al menos, de Stalin. Respiraba sinceridad y este término resulta válido también para enjuiciar sus reformas. Fue, sin duda, quien por vez primera denunció los males del estalinismo, pero su populismo a menudo fue intemperante y poco informado y, en política exterior, se caracterizó por una política a menudo intemperante y agresiva, hasta el punto de que en más de una ocasión estuvo a punto de llevar al mundo al borde de un holocausto nuclear.
Era muy afable, con rudeza campesina, humor y energía sin límites; aunque, como veremos, liquidó incluso físicamente a Beria. Más que gracias al terror, predominó durante muchos años a base de complicadas estrategias en el seno de la clase dirigente soviética. Desestalinizador hasta una osadía poco menos que inconcebible para la mentalidad de la URSS de su tiempo, al mismo tiempo sus juicios acerca de su antecesor fueron muy ambiguos. Stalin habría sido "un gran hombre, un organizador y un caudillo", pero también un déspota que perseguía a los "comunistas honestos" y que perpetró graves crímenes. Eso deja claro que su crítica respecto al sistema soviético no se refería a su esencia.
Kruschev no fue un estalinista típico como puede ser el caso de Molotov, pero en cierta manera podría ser considerado un modelo de estalinismo desde el punto de vista biográfico: fue enérgico, expeditivo y carente de la menor duda en lo que hacía referencia a la línea del partido. Su biografía ofrece una imagen que en los primeros momentos de su carrera política nos lo revela como un dirigente muy duro en la peor etapa por la que pasó la Unión Soviética a lo largo de su Historia. Carente de formación -la que tuvo la consiguió cuando ya ocupaba cargos importantes, gracias a cursos por correspondencia- participó en la militarización de los mineros y sus memorias abundan en recuerdos trágicos de la vida soviética durante los años veinte y treinta, retratados siempre con sinceridad.
Habla, por ejemplo, de "la colectivización agraria que no nos trajo más que miseria y brutalidad" e incluso casos de canibalismo. No se puede olvidar, sin embargo, que él mismo tomó parte en este tipo de acontecimientos en un puesto de singular importancia. Patrocinado por Kaganovich y quizá también por la primera mujer de Stalin, era ya antes de la Segunda Guerra Mundial una de las diez personas más importantes del partido como responsable de organización en Ucrania. Allí dirigió una purga de sus cuadros que dejó a tan sólo tres miembros de un comité central formado por 86 personas.
También sufrió, no obstante, las trágicas circunstancias que le tocaron vivir a todos los ciudadanos de la URSS: una cuñada suya estuvo en los campos de concentración. Una vez producido el estallido de la guerra dirigió las deportaciones de lituanos y polacos hacia el Oeste. Durante este período desempeñó un papel cada vez más relevante y a su experiencia política y económica sumó la militar. El no haber estado en Moscú y haberse convertido en indispensable en Ucrania contribuyen a explicar su subsistencia en circunstancias difíciles.
Cuando, a fines de los cuarenta, fue llamado a Moscú pudo temer ser castigado -hasta este extremo llegaba el terror en el sistema soviético- pero, en realidad, Stalin debió llamarle porque su relativa juventud le servía para compensar al resto de su equipo. Su carácter jovial le ayudó a tener éxito, aunque es posible que también tuviera que pasar por humillaciones cometidas por el dictador. Fue un asistente habitual a las cenas de Stalin con sus colaboradores y eso resultó más importante para otorgarle un papel de importancia entre sus sucesores que los éxitos que pudiera tener en la resolución, por ejemplo, de los problemas de vivienda en la capital soviética.
El equipo que había estado en torno a Stalin hizo, a su muerte, una declaración llamando a la serenidad y a la unidad, pero este mismo texto testimoniaba que había obvios temores por el sistema político una vez desaparecido su líder. Muy pronto, sin embargo, tuvo lugar una lucha por el poder muy semejante a la desencadenada a la muerte de Lenin.
Fue la victoria de Kruschev sobre Beria lo que le hizo predominar sobre el resto de los herederos de Stalin. Tuvo entonces la valentía de animar la resistencia contra una persona que significaba un peligro objetivo para todos esos sucesores, debido al inmenso poder que le proporcionaba el tener en sus manos el control de la policía política. También, sin embargo, como en el caso de Stalin, se vio beneficiado por la ventaja nacida de que sus adversarios no le tomaban muy en serio. Malenkov había sido la estrella ascendiente en el último Congreso del PCUS, hasta el extremo de pronunciar un discurso que hasta el momento había quedado siempre reservado al propio Stalin.
Es muy posible, sin embargo, que sólo fuera uno de esos jóvenes con los que el anciano líder quería contrapesar a los compañeros de otros tiempos. En cuanto aquél murió, se vio ensalzado en una campaña de culto a la personalidad que le hizo incluso aparecer en una fotografía trucada al lado de Stalin y Mao. Pero, en realidad, Malenkov parece haber sido una persona muy desdibujada, cuyas posibilidades de triunfo fueron siempre muy limitadas. Beria, que ha quedado en la Historia con la imagen de un torvo verdugo que le corresponde, no sólo tenía el poder de control de la policía política, sino que poseía una habilidad considerable y una imaginación que le hizo llevar la iniciativa política en los primeros momentos del posestalinismo. En cuanto a Molotov, sus posibilidades habían quedado limitadas tanto por el servilismo con el que trató a Stalin como por el final desvío de éste respecto de su persona.
Al igual que en el momento de la muerte de Lenin, las ideas o los programas tuvieron una importancia muy relativa en la lucha de tendencias en el seno del PCUS. Malenkov parece haber sido el más reformista, por lo menos en lo que respecta a la necesidad de ocuparse más del consumo de la población, pero eso le debilitó ante los militares; Kruschev, a continuación, asumió parte de sus posiciones. Beria, por su parte, a diferencia de la postura de Molotov, no se caracterizó por una absoluta cerrazón ante la posibilidad de una evolución. Tanto en política interior como en exterior, hizo propuestas reformistas que le valieron el apoyo de intelectuales y de personas vinculadas a algunas de las nacionalidades soviéticas. Pero el resto de sus compañeros le temía demasiado, con toda la razón, como para considerarlo un compañero aceptable en el ejercicio del poder.
De hecho, la primera etapa del posestalinismo, con Beria todavía en el poder, se caracterizó por una política aperturista de los nuevos dirigentes del Kremlin, tanto en la política interna como en la exterior. Aun utilizando citas del propio Stalin, por vez primera se empezó a denunciar el culto a la personalidad, mientras que se suprimía el departamento que llevaba los juicios políticos en el seno de la policía y quedaban desmentidos algunos de los casos más flagrantes, en la fase final del estalinismo, de invención de conspiraciones. En estos dos últimos aspectos, cabe constatar precisamente la colaboración en esta política general de Beria.
Además, por vez primera dio la sensación de que los intereses de los ciudadanos -o de los consumidores- eran tomados verdaderamente en consideración. Eso fue lo que incrementó la popularidad de Malenkov. Pero también hubo graves tensiones en los meses iniciales del posestalinismo. A la muerte de Stalin, había todavía cuatro millones de soviéticos en campos o en prisiones y dos millones y medio de deportados en Siberia. Hubo auténticas revueltas en el Gulag y fue necesario enviar allí unidades militares para controlarlas. Los dirigentes soviéticos pensaron que el Gulag era ya demasiado costoso desde el punto de vista político y económico como para mantenerlo. Kruschev se encargaría de poner en marcha medidas de gracia.
También en esta etapa empezó a plantearse y comenzó a despejarse la lucha por el poder en el seno del sector dirigente del PCUS. El primero en caer fue Beria, a quien el conjunto de la dirección soviética consideraba como el principal adversario. Tanto las acusaciones de que fue objeto como la manera de destituirlo recuerdan a la época estalinista e incluso a una conspiración de la época feudal. Beria fue juzgado cuando ya había sido ejecutado, acusado de "haber montado una conspiración para restablecer el poder de la burguesía" e, incluso, de ser agente británico desde 1918. Su detención se llevó a cabo en plena reunión de las supremas jerarquías del Kremlin con la intervención de los más altos mandos del Ejército, tal como cuenta en sus memorias el propio Kruschev.
Fue él quien tuvo la iniciativa y la valentía de hacer la denuncia. Una vez detenido Beria, se dedicó a enviar cartas y cartas a sus antiguos compañeros intentando conseguir el perdón, pero no lo logró. La victoria de Kruschev le dio un poder político excepcional, aunque Malenkov conservaba el mando sobre el Estado pero no el partido, a cuyo frente estaba él. Aun así pudo, por ejemplo, transferir sin más Crimea de Rusia a Ucrania sin encomendarse a ninguna otra instancia política.
El segundo paso en el camino de Kruschev hacia el poder absoluto consistió en librarse de Malenkov, que había sido adversario de Beria pero también amigo suyo. En este caso, lo que resultó más decisivo en la victoria de Kruschev fue la utilización del argumento más conservador. La declaración de que una guerra nuclear significaría el final de la vida humana sobre el planeta o el temor a que disminuyeran las inversiones en industria pesada pusieron a los militares en contra de Malenkov. Kruschev, por su parte, al tener el control del partido tenía en sus manos el poder político decisivo en la URSS y lo había ido acrecentando. Nada más desplazado Beria, había ido cambiando a los titulares de la Secretaría del partido en la mitad de las repúblicas y más de la mitad de las regiones. Al menos el 45% de los nuevos miembros del Comité Central había tenido relaciones con Kruschev en los años anteriores, en especial durante su etapa ucraniana.
Finalmente, si Kruschev había utilizado contra Malenkov el argumento conservador, para actuar contra Molotov se sirvió de planteamientos que pueden ser descritos como reformistas. Le reprochó, en efecto, haberse opuesto al Tratado de Paz con Austria y de dificultar la reconciliación con Yugoslavia. Cuando Kruschev visitó este país, no estuvo acompañado por Molotov, a pesar de que éste tenía la suprema responsabilidad en materia de política exterior. Molotov fue también acusado de mantener una posición "no leninista" respecto al desarrollo del socialismo en la Unión Soviética.
Cuando al final, en junio de 1957, Kruschev se había librado ya de sus adversarios, fue capaz de llevar a cabo numerosas reformas en una nación a la que se podía considerar como estancada. Pero mostró también las maneras de un dictador: perentorio, dogmático, arbitrario y capaz de actuar con dureza cuando la ocasión lo demandaba de cara a su régimen. Cuando se produjeron incidentes de orden público, como los acontecidos en junio de 1962, fueron liquidados con el empleo de la violencia, con un total de una treintena de muertos. Tampoco estuvo libre, ni mucho menos, de hacer aparecer un culto a la personalidad en su beneficio. Sus enemigos, cuando consiguieron expulsarle, afirmaron que su rostro había aparecido en la prensa un millar de veces en tan sólo un año, lo que era cierto.